luns, 13 de febreiro de 2017

INTENTOS DE REPRESIÓN CARNAVALESCA.


INTENTOS DE REPRESIÓN CARNAVALESCA,
Por Javier Lago Mestre.
Colectivo cultural Fala Ceibe do Bierzo
falaceibe@yahoo.es

El carnaval o entroido son representaciones de cultura tradicional que enriquecen nuestro patrimonio etnográfico y artístico. Pero no debemos olvidar que también se perciben como manifestaciones de la rebeldía popular contra las instituciones controladoras. En períodos de auge del poder coercitivo conviene recuperar la esencia crítica del carnaval frente a otros valores lúdicos.

En la dinámica eclesial se inserta la regulación del calendario vital con patrones religiosos (adviento, cuaresma, pascua…). Fruto de ello tenemos las sucesivas celebraciones santorales que trataron de imponerse a las paganas. De los intentos de preeminencia de las fiestas católicas sobre las otras (civiles, agrícolas…) puede surgir el conflicto social.


La religiosidad popular se ha manifestado de diversas formas (romerías, creencias, conjuros, etc). Todo esto se ha percibido por la Iglesia católica como un problema de competencia desleal. De ahí los continuos intentos de asimilación o persecución por la religión oficial. 

Un ejemplo paradigmático es el caso de los carnavales o entroido berciano. La Iglesia sentía la amenaza de esta fiesta popular tan cercana a su período cuaresmal. A partir del miércoles de ceniza todo eran restricciones (fuera la carne, no al sexo, nada de fiestas, sin música, penitencia…). Pero el previo carnaval supone la crítica al ayuntamiento, la Corona y la Iglesia. Parece claro que estas instituciones no se mostraron siempre partidarias de esta fiesta popular que proclama que "en entroido ningunha cousa está mal".


La Iglesia astorgana perseguirá los entroidos bercianos, como queda de manifiesto en las visitas pastorales.  En Toreno, un visitador insta a su párroco a que los prohíba (1784), “y lo mismo los disfrazes que suelen hacer algunas mozas en las noches de carnestolendas y otras con el abuso y apellidos de farramacos” (Fco. Gonzaléz González, 1983). 

El obispado de Lugo, del cual dependían feligresías de El Bierzo oeste, emitió órdenes para reprimir las caretas. En 1777 se ordena a los párrocos que prohiban "todo xénero de bailes, disfraces e diversiones seculares e espectáculos impropios da gravidade, modestia e verdadeira devoción que debe resplandecer en tan sagradas funciones e lugares" (Isidro Dubert, 2007).


Por supuesto nuestros sucesivos monarcas absolutistas también participaron de estos intentos represores. Carlos V legisló continuadamente contra as mascaradas, en Cortes (1523) (J. Caro Baroja, El Carnaval, 2006), Cortes de Toledo (1534) y de Valladolid (1537). Otro tanto aconteció con Felipe II, nada de mujeres con rostros cubiertos (Cortes de 1586), bajo multas de 3.000 maravedís. Las razones de seguridad policial se intentaban imponer a la libertad festiva.

La teatralidad propia del siglo del barroco quizais fuese más permisiva con las mascaradas propias del carnaval. Luís de Góngora en una carta indica que "V. m. me huelga que me dé por señas del buen carnaval la ostentación de las damas" (febrero de 1619) 


En el siglo XVIII continuó la política represiva con los Borbones. Así se aprobaron diversas normas antimáscaras, en 1716 "que de pocos años a esta parte se han introducido en esta corte, imitando los carnavales de otras  partes", declarados contrarios "al genio y recato de la Nación española" (J. Caro Baroja, El Carnaval, 2006) y 1717, contra el uso de danzas con máscaras bajo penas de 1.000 ducados. Se legisló de nuevo, en febrero de 1745, contra los disfraces con máscaras en carnaval, con penas de 4 años de cárcel para los nobles y de galera para los plebeyos. En esta dinámica se prohibieron los bailes con máscaras en Cádiz (1776).

En el siglo XIX siguieron las normas restrictivas. La nueva moda de las fiestas enmáscaras de los afrancesados no fue bien vista por el absolutismo de Fernando VII. Nos consta que en 1835 se exigía permiso del gobernador civil para la utilización de máscaras en bailes públicos  (J. Caro Baroja, El Carnaval, 2006).



La dictadura franquista defendíó la doctrina católica como fundamento ideológico del régimen político. En este período histórico se aprobaron varias normas contra los carnavales.  Durante la guerra civil, el BOE de febrero de 1937, indica que, en base a la necesidad de "un retraimiento en la exteriorización de las alegrías internas", se "ha resuelto suspender en absoluto las fiestas en carnaval". Pero rematado el conflicto bélico, en enero de 1940, una nueva norma insiste en "resolviendo mantener la prohibición absoluta de la celebración de las fiestas de carnaval". Así se evitaba cualquier protesta lúdica contra el régimen totalitario.  

O Bierzo, febreiro de 2017.
www.bierzofree.blogspot.com

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